Toby
Mi perro fue crucificado en el patio de mi casa. Yo era chico y con mi familia nos habíamos ido de vacaciones al sur. Le dejamos la casa al tío Claudio para que la cuide. Sabíamos que mi tío era un poco extraño, pero nunca lo creímos capaz de algo así. Tuvimos que regresar porque los vecinos se quejaron de un olor horrible saliendo de nuestro departamento en el sexto piso, y no habíamos podido contactarnos con Claudio. Cuando regresamos, la casa estaba llena de elementos raros que no pude reconocer y un hedor acre inundaba las habitaciones.
Claudio no estaba por ninguna parte y desde entonces que no
sabemos nada de él. Aún recuerdo el asco, el odio y la angustia cuando salí al
patio y encontré a Toby clavado a dos maderas de un cajón de verduras, en forma
de cruz. Lo habían vaciado y enterrado sus vísceras bajo unas plantas, a unos
metros del resto del cuerpo, el cual era reconocible solo por el color blanco y
negro de su pelo. Había muerto hacía varios días y las moscas zumbaban
enloquecidas a su alrededor.
Los vecinos no habían podido reconocer qué era, por la media
sombra que tapaba nuestro pequeño patio interno.
Todo apuntaba a que se trataba de algún tipo de brujería, y
lo confirmamos cuando encontramos la carta que el tío había dejado en mi
habitación. En ella decía que había pasado varios días tratando de encontrar al
ser maligno que estaba en la casa y que finalmente descubrió que el demonio
habitaba dentro de Toby. Decía que todo lo que había hecho había sido por
nuestro bien.
Pasaron varios años desde aquel día pero nunca pude quitarme
de la retina, no solo la imagen del cuerpo de mi perro abierto y clavado a un
par de tablas, sino también, la terrible sensación que me dio leer la carta del
tío Claudio.
Hace unas semanas, Claudio apareció. Está pelado, gordo y
conduce un remis en Buenos Aires. Les dijo a mis padres que no había vuelto en
todo ese tiempo porque realmente no sabía cómo explicar lo que había sucedido ni
tampoco, cómo pedirnos perdón por traicionar nuestra confianza y haberle hecho
eso a Toby. Mis padres son demasiado buenos. Deberían haberle cerrado la puerta
en la cara apenas lo vieron pero no, quisieron hacer las paces con él y ahora
viene seguido de visita.
Mis recelos no eran pocos. Aún tenía un terrible deseo de
golpearlo hasta que su dolor me devolviese a Toby pero no fue hasta hace unos
días que me di cuenta de que algo extraño estaba sucediendo. El estupor me
invadió por algunos días pero pronto las fichas comenzaron a caer, una sobre
otra, y todo cobró sentido, aunque la idea que nació en mi cabeza no me tranquilizaba
en absoluto.
Algo en verdad maligno rondaba la casa. Me apresuré a
escribirle a mi hermana –que ahora vive en la ciudad vecina– brindándole los
detalles de lo que debía hacer. La maldad debía ser erradicada, no había dudas
sobre aquello, pero Claudio se había equivocado: no fue Toby el culpable, o al
menos no del todo.
Todos lo fueron.
Luego de darme cuenta de ello, no hubo mucho más que pensar:
mientras todos dormían, no había otra opción que buscar el bidón de gasolina.
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