Bajo el edredón


Lucas nos despertó en medio de la noche, no gritaba, pero en su voz se notaba que estaba muy asustado. Nos sacudió en la cama hasta que nos despertamos, hablaba susurrando, con la voz quebrada y trémula: “¡Papá, mamá! Hay alguien en mi pieza, ¡tengo mucho miedo!”. Le dije que se calmara, que no podía haber nadie en su pieza, que volviera a dormir. Lucas tiene 6 años, esas cosas nos las imaginamos todos cuando tenemos esa edad. “No papá, en serio, hay alguien, por favor, ¡fijate!”. Lo tranquilice nuevamente, tanto insistió que tuve que levantarme, “Quedate acá con mamá, acostate, yo voy a revisar y vuelvo”. No alcance a terminar de ponerme de pie cuando él ya estaba acurrucado al lado de Laura, ella lo abrazó y ahí se quedó tranquilo. 
Cruce a oscuras el pasillo que separaba las habitaciones del departamento. Diez pisos de distancia del suelo, la última puerta del piso, un sereno que guarda la entrada, la puerta que da al pasillo del ascensor cerrada todo el día, la gente del edificio entrando y saliendo a cada rato ¿Quién va a poder entrar si siempre hay alguien viendo?, esas cosas los chicos no las entienden, no me quedó otra que ir a mirar su pieza para luego volver a la cama.
La puerta estaba abierta, y al encender la luz vi dos cosas que me dejaron perplejo. Me refregué los ojos para convencerme de que no estaba soñando ni dormido, pero al abrir los ojos seguían ahí: una gran mancha negra cubría el techo y parte de la pared sobre la cama de Lucas. Más que una mancha parecían grandes raíces negras que se esparcían por la pared. Yo había estado en esa habitación hace unas horas, arropando a Lucas y esa mancha no estaba ahí. El aire se sentía viciado
La mancha fue lo primero, la otra cosa que vi en verdad me asustó, las piernas me temblaban, no podía creer que en verdad haya entrado alguien. Pero así era, bajo el edredón y arropado entre las sábanas de Lucas había una persona, en posición fetal, inmóvil, y tapada hasta la cabeza. 
Me abalance sobre la cama de un salto y también de un solo movimiento destape el cuerpo que yacía sobre la cama de mi hijo. Y ahora al fin lo veo, tenía los ojos enormemente abiertos, estaba asustado y apretaba las manos fuertemente contra su propio pecho, me observaba con la cara empapada por un llanto que fue mudo, era él, el mismo, mi propio hijo Lucas lloraba sobre su cama, aterrado, y entre sollozos me dice: “Papá, alguien se fue corriendo, salió de abajo de mi cama”. Solo pude reaccionar, demasiado tarde, al escuchar los gritos de Laura. 

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