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El accidente

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Al principio no sintió nada La imagen le llegó primero que cualquier otra cosa, incluso el ensordecedor ruido de la máquina que seguía girando sin parar mientras manchaba las mesas de trabajo, los uniformes y las paredes. Ni siquiera oyó los gritos de sus compañeros desesperados que trataban de frenar el aparato. Solo podía oír un pequeño zumbido y tenía la boca seca. Un pinchazo le hizo salir del desconcierto, le subió por el hombro y le llego hasta la garganta, pero no gritó. El desconcierto lo agobiaba. Miró a su brazo izquierdo, tratando de encontrar la fuente de aquel dolor, pero no halló nada, ni siquiera su brazo. La manga de su mameluco de trabajo ya no existía y allí donde debería haber estado su antebrazo había un vacío tan terriblemente inexplicable que él ni siquiera estaba pudiendo percibir la posibilidad de lo que estaba sucediendo. No entendía qué estaba sucediendo, pero eso le venía pasando hace semanas, desde la muerte de su esposa Irma, ni siquiera había podido llorar...

Al final del corredor

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  Encontraron en la televisión una de esas películas de terror norteamericanas de alto presupuesto pero poca originalidad. Los padres de la anfitriona dormían en la habitación al final del corredor, más allá del living, más allá del cuarto de su hija, más allá del baño. Eran las tres de la mañana y no había más sonido en el mundo que el que salía del televisor y el de las ruidosas bolsas de papas fritas. Sin embargo, por momentos podían oír el viento silbando suavemente del otro lado de la puerta, entrando por la ventana que sabían abierta, en el pasillo, junto a la última puerta del piso.          Estaban a oscuras y la luz del televisor les iluminaba los rostros, mientras sus cuerpos se escondían bajo una gran frazada. Del resto de la habitación lo único visible era el pequeño foquito rojo que brillaba desde la llave de la luz, a la derecha de la puerta que daba al pasillo. Mientras tanto, en la película, uno de los personajes –que cr...

Toby

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  Mi perro fue crucificado en el patio de mi casa. Yo era chico y con mi familia nos habíamos ido de vacaciones al sur. Le dejamos la casa al tío Claudio para que la cuide. Sabíamos que mi tío era un poco extraño, pero nunca lo creímos capaz de algo así. Tuvimos que regresar porque los vecinos se quejaron de un olor horrible saliendo de nuestro departamento en el sexto piso, y no habíamos podido contactarnos con Claudio. Cuando regresamos, la casa estaba llena de elementos raros que no pude reconocer y un hedor acre inundaba las habitaciones. Claudio no estaba por ninguna parte y desde entonces que no sabemos nada de él. Aún recuerdo el asco, el odio y la angustia cuando salí al patio y encontré a Toby clavado a dos maderas de un cajón de verduras, en forma de cruz. Lo habían vaciado y enterrado sus vísceras bajo unas plantas, a unos metros del resto del cuerpo, el cual era reconocible solo por el color blanco y negro de su pelo. Había muerto hacía varios días y las moscas zumb...

Bajo el edredón

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Lucas nos despertó en medio de la noche, no gritaba, pero en su voz se notaba que estaba muy asustado. Nos sacudió en la cama hasta que nos despertamos, hablaba susurrando, con la voz quebrada y trémula: “¡Papá, mamá! Hay alguien en mi pieza, ¡tengo mucho miedo!”. Le dije que se calmara, que no podía haber nadie en su pieza, que volviera a dormir. Lucas tiene 6 años, esas cosas nos las imaginamos todos cuando tenemos esa edad. “No papá, en serio, hay alguien, por favor, ¡fijate!”. Lo tranquilice nuevamente, tanto insistió que tuve que levantarme, “Quedate acá con mamá, acostate, yo voy a revisar y vuelvo”. No alcance a terminar de ponerme de pie cuando él ya estaba acurrucado al lado de Laura, ella lo abrazó y ahí se quedó tranquilo.  Cruce a oscuras el pasillo que separaba las habitaciones del departamento. Diez pisos de distancia del suelo, la última puerta del piso, un sereno que guarda la entrada, la puerta que da al pasillo del ascensor cerrada todo el día, la gent...

Oficial

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Si, verdaderamente me sorprende mucho verlo por acá de nuevo, no se imagina cuanto. Discúlpeme mientras busco la escoba, esa era mi taza preferida ¿me la dio mi abuela sabe?, no podría dejarla en pedazos en el piso, yo la quería mucho a la vieja, pero era muy severa por ahí, y por como vienen las cosas faltaría nomás que me tire de las patas por dejarle su regalo regado en pedazos por el piso. No, no voy a ir a ninguna parte oficial, ya después de todo lo que pasó, y de todo lo que hice… esto ya esta terminado, usted no se preocupe mas, no hace falta que me siga corriendo, acá me tiene ¿Qué lo voy a decir ahora? ¿Qué soy inocente? Siéntese, siéntese, ahora barro este desastre y le preparo un café ¿le gusta el café todavía? Si, ya se que ayer me dijo que no puede vivir sin café, pero de un día para el otro uno puede cambiar mucho, mas usted que… bueno, ya esta lo de la taza, ¡carajo! Mire como se marco el parqué, mi mujer se va a lamentar mas eso que lo que me pase a mi, y b...

Un infierno pulido

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  ¿Qué saben los hombres sobre el infierno? ¿Qué es aquello a lo que llaman infierno? La gente parece proyectárselo frente a sí cuando oye estas preguntas. Sus caras se desfiguran por unos segundos en un breve estupor, como si lo que les representara esa palabra les helara los huesos o como si, tal vez, la pregunta fuese demasiado extraña o demasiado inefable la respuesta para sonar en los labios.  Sin embargo, en nada se parece el infierno a lo que dicen los hombres. Se lo imaginan controlado por sujetos rojos, carnudamente ornamentados, con cola y tridentes; imaginan que el fuego quema ab aeterno los tejidos y las almas y el olor a azufre penetra hasta los huesos. Dicen que los gritos y lamentos nunca cesan, ¡que lo más horrible del dolor es la carne! Y lo piensan así aunque sus propios libros digan que es el alma. Han imaginado que su diseño fue hecho por una mano divina, estructurado en sectores y plantas de formas circulares, porque esa es la más perfecta de todas las ...

El tipo del moño rojo

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El tipo tenía un moño rojo. La fiesta se había organizado a las afueras de la ciudad. El piso negro y lustroso había hecho que, al entrar, me diera una sensación de mareo. Las mesas estaban más elegantes que la novia misma, los números que las ordenaban estaban impresos sobre un papel troquelado, con incrustaciones de firuletes dorados. Sobre los platos, en un papel del mismo talante que el de los números, estaban escritos los nombres de cada uno de los comensales. Mi nombre aparecía en la misma mesa donde estaba el extraño tipo del moño rojo. Este hombre tenía puesto un frac y, en vez de usar una corbata, como cualquier otro hombre en la fiesta, llevaba su moño con total serenidad. Era completamente calvo y un suntuoso bigote le escondía el labio superior. Sofía se sentó a mi lado. Traía un vestido rojo, largo y se había recogido el pelo en un complejo entramado de trenzas. Estaba preciosa. Yo, en cambio, me sentía un monigote encerrado en el traje: la espalda me dolía y una cor...